Expectativas: realidad vs imagición

Tendemos comúnmente a generar expectativas elevadas respecto a una relación, trabajo, organización, etc. Es una práctica habitual, podríamos definir como ilusiones, esperanza y sueños a todo aquel recorrido que la realidad ha de desplazarse para encontrarse con nuestras expectativas.

Eso en un principio no es algo negativo, de hecho es bastante loable la capacidad de emocionarse por algo que aun no ha sucedido, es la antagónica lucha contra el escepticismo o incluso, y depende de personas, contra el pesimismo.

Pero existe un veneno que se inocula en nuestras ilusiones. Que las expectativas se conviertan en tus mínimos y no en tus máximos. Es decir, que si no se cumplieran completamente tus expectativas, pudiera darse la posibilidad de transformarse en una desilusión.

Es aconsejable no perder jamás la ilusión y evitar aquello que nos la pueda arrebatar. Ponerla a salvo de aquello que pretenda transfórmala, e incluso ponerla a salvo de nosotros mismos. Para aquellos que somos peligrosamente adeptos a los sueños, a ilusionarnos precipitadamente y de forma desmesurada existen algunos trucos para solventar estos desequilibrios extremos. Porque sabemos que la ilusión extrema también conlleva a una negatividad desproporcionada.

Hay que entender que nuestras expectativas son generadas por nosotros mismos y por nadie más, con lo que a la hora de culpabilizar a alguien, debemos entender que nosotros tenemos la exclusividad. Es cierto que podríamos entrar a valorar elementos externos, como el engaño y la mentira, pero eso no lo podemos controlar. En este caso deberíamos tener en cuenta aquella intuición o instinto, aquella alarma interna que debiera escuchar para atenuar nuestras esperanzas.

En nuestro interior debemos ser conscientes que las expectativas son una herramienta, un aliciente de la vida que alimentamos según nuestras necesidades, ese pequeño niño interno que dejamos fluir para que nos obsequie con pequeñas dosis de felicidad.

Por otra parte, debemos controlar la desilusión en el caso que al desarrollarse o resolverse las incertidumbres, esta no se vea reflejada en el espejo de la realidad. Debemos valorar si el resultado final se compensa con la totalidad de lo soñado o imaginado, si aquello que hemos construido, si todo el trabajo realizado, ha merecido la pena.

Siempre hay una ecuación que se resuelve favorablemente en el caso de las expectativas, y es que no te pueden quitar aquello que has volado, todas esas horas de ilusión. Tal vez el producto final no sea exactamente lo que tú hayas deseado. Pero ni tu vas a poder arrebatar aquello que has soñado de ti. Si eres capaz de comprender que la ilusión fue lo que realmente movió todo aquello por lo que luchaste, todo lo que has construido y conseguido. Te darás cuenta que siempre merece la pena caminar hasta el “final”, sea cual sea el resultado siempre sales ganador.

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