Carta a Campanilla



¡Buenas tardes, Princesa Campanilla!… Hoy quiero escribirte de nuevo. 
Hace días que quiero hacerlo; pero he estado esperando encontrar las fuerzas necesarias para decirte todo lo que siento. Y ahora he conseguido reunirlas. 
Lo primero que quiero que sepas es que me siento feliz después de mucho tiempo… y eso sin duda es gracias a ti
Te escribía hace poco desde nuestro “Jardín de Invierno”. Y aunque aún no es primavera, ya veo aflorar en los parterres los primeros brotes, germinar las primeras yemas, bajo un suave sol que nos calienta.
Como la propia vida; que aflora de nuevo en mí como un remolino de emociones que me eleva del suelo, que me arrastra ligero para hacerme sentir libre como hace tiempo no me sentía.
Y sí, estoy alegre…
Y si vuelo de nuevo Campanilla es porque tú has comenzado a recuperar tus alas. Tus fuerzas. Tu energía. Después de mil noches de luna oscura y días de desesperanza. Donde yo, me he sentido tan culpable…
No sé cómo darte las gracias. No se cómo hacerlo.
Porque como el hada del cuento, me prestaste tus fuerzas cuando a mí me faltaron para evitar la caída. Sin pensar en ti misma. Sin pedir nada a cambio, sólo por el amor que me profesas. Sólo por eso.
Y tus ojos, que me hablan, se fueron apagando poco a poco, languideciendo. Como la última ascua de la hoguera.
Mientras, tú, te dabas entera a mí para sostenerme, sin límite ni medida, como sólo tú sabes hacerlo… Un alma hermosa capaz de entregarse por completo.
Y por salvar a este Capitán varado, llegaste extenuada a la orilla, con las alas rotas y sin luz, Campanilla. Sin ese resplandor maravilloso, que ilumina todo a su paso como un sol de verano. Por mí, sólo por mí.
Para quedar al fin encallada en la playa. Sobre una arena tibia que te arropaba como una madre, pero que no te daba el calor necesario. Y yo, sin fuerzas, no pude o no supe ayudarte.
Pero sin ti, mi hada, yo no soy nada, y nadé contra corriente.
Y sabes que moví cielo y tierra para llegar a la orilla y tomarte en brazos…
Y cuando pude hacerlo, te dejé dulcemente en tu jaula dorada, envuelta en algas marinas bajo la luz de una luna blanca que te protegiera día y noche. Para asomarme a tu ventana, cada madrugada, y acunarte mientras dormías.
Te regalé mi tiempo, mi corazón y mi alma rota…
Y te prometí esperarte a la puerta de mi jardín, el tiempo que necesitaras para curar tus alas quebradas, para recuperar tu brillo sin el que yo no vivo… y que me alimenta.
Porque sin tu dulzura no soy feliz, lo sabes.
Sin tus abrazos muero, sin poder alzar el vuelo. Sin ti, nada tiene sentido…
Hoy, nuestro país de “Nunca Jamás” florece de nuevo. ¡Tu luz ha vuelto!.
Y con ella, recorres tus cielos azules y morados dibujando piruetas, sueños y acrobacias, dejando un rastro ligero de múltiples colores… que nos ilumina.
Mientras tanto, aquí abajo, yo te veo revolotear por el aire y sonrío, sentado bajo el naranjo esperando verte llegar resplandeciente.
Gracias, por tus desvelos y tus sacrificios. Gracias hada de espíritu inquieto y tenaz carácter… que me lleva en volandas por fin sobre mundos que nadie ve si no está a tu lado.
Que me dio la vida, casi perdiendo la suya.
Que ahora la recuperas y me devuelves con ella la alegría y la esperanza.
Gracias, mi Campanilla…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Como Alicia en la madriguera del conejo

El Rey Mono

Un mundo sin máscaras